¡¡Upss!! Formé un mamón.

¡¡Upss!! Formé un mamón.

“Me acabo de dar cuenta que formé un ‘mamón’. Pensé que ‘otros’ eran culpables de lo que le pasaba a mi hijo, pero me doy cuenta ahora, que somos nosotros los padres los responsables de lo que le sucedió".

Autora: Sylvia Langford.

 “Me acabo de dar cuenta que formé un ‘mamón’. Pensé que ‘otros’ eran culpables de lo que le pasaba a mi hijo, pero me doy cuenta ahora, que somos nosotros los padres los responsables de lo que le sucedió.

Uno siempre quiere que los hijos no sufran y que les vaya mejor en la vida de lo que nos fue a nosotros. Pensé que en la medida que pudiera darle todo y facilitarle la vida, mi hijo sería feliz. Desde ‘chiquitito’ le he hecho todo, porque siempre quise que nunca sufriera ni tuviera problemas en su vida. Pero el resultado es un hijo que siempre está cansado, aburrido, infeliz, enfermo, quejándose porque el mundo no está́ preparado para sus genialidades, es un flojo y nunca se esfuerza. Muchas veces pensé que era un problema de los colegios o de nuestra sociedad. Pero acabo de entender: ES EL RESULTADO DE MI SOBREPROTECCIÓN. Me confundí, pensé que sobreproteger era sinónimo de amar y me equivoqué.

Cuando era pequeña, tenía que caminar una hora bajo la lluvia y con barro para llegar a mi escuela, aunque se me mojaran los pies iba feliz porque me gustaba aprender. Al llegar a la escuela estudiaba y hacía todo lo que el maestro me pedía. Después volvía a caminar otra hora de vuelta a mi casa. Ayudaba a mi padre en el campo, con ello aprendí el valor del trabajo y a mi madre en la cocina donde aprendí a cocinar, hacía mis tareas sola e incluso me alcanzaba el tiempo para jugar con mis vecinos o inventar un juego.

No me cansaba, no me aburría ni me enfermaba. Sentía que tenía de todo. Era feliz.

En cambio, la vida de mi hijo es bien distinta. Por la mañana, antes de despertarlo le coloco una estufa en la pieza, porque hace mucho frío. Luego, como tengo el despertador, lo despierto suavemente para que mi hijo se levante de buen humor, pero apenas abre un ojo comienza a quejarse que no le gusta el colegio, que la profesora no lo quiere, no tiene amigos y quiere quedarse conmigo. Muchas veces me da pena y lo dejo en casa, pero tiene que estudiar. Para calmarlo enciendo el televisor, aprovecho de vestirlo y darle su leche. Mientras tanto, preparo su mochila, firmo las comunicaciones, reviso todo, coloco la colación, etc., porque mi hijo es muy responsable. Lo peino y le lavo los dientes. Cuando llega el furgón escolar, mi hijo está ‘pegado’ al televisor, le digo que su única responsabilidad es estudiar. Pero no me escucha.

Tomo fuerzas y apago el televisor. Y comienza la ‘pataleta’, le digo que tome aire y que me mire a los ojos, luego negocio ‘si te portas bien, mami tendrá una sorpresa cuando vuelva a casa’. Como son ‘lágrimas de cocodrilo’ las seca rápidamente y pregunta qué le voy a traer. Le digo que es una sorpresa.

Mi hijo camina ‘como robot’ con toda la ropa que tiene puesto y mientras se sube al furgón, le digo al chofer que suba la calefacción porque mi hijo se resfría con facilidad. Viaja transpirando, llega al colegio y no hace nada. Llega a la casa, no ayuda ni hace sus tareas solo. ¡Menos mal por la tecnología!, todas las mamás estamos en un grupo WhatsApp y así podemos ayudar a nuestros hijos con sus tareas.

Hablo mucho con mi hijo y siempre había creído que los niños de hoy eran diferentes y que el colegio tenía que motivarlos para que estudien, era su obligación. Además, iba regularmente al colegio a quejarme porque los compañeros lo molestaban y no querían jugar con él.

No entendía lo qué había pasado. Le había dado de todo a mi hijo y no sabía hacer nada. Se levanta más tarde, le cuesta acostarse, va al colegio con calefacción, nunca pasa frío, pero no quiere ir al colegio, no le motiva estudiar, y no estudia. Aunque yo le diga que es su única responsabilidad. Y todo lo encuentra aburrido, a pesar de que le compro o invento juegos y le hago panoramas.

Vive en un estado permanente de aburrimiento, cansancio e incomprensión, se enferma a menudo, en fin. Me acabo de dar cuenta que formé un ‘mamón’”.

Me acabo de dar cuenta de que he formado un "mamón.” Pensé que "otros" eran culpables de lo que le pasaba a mi hijo, pero ahora me doy cuenta de que somos nosotros, los padres, los responsables de lo que le ha sucedido.

Siempre deseamos que nuestros hijos no sufran y que les vaya mejor en la vida que a nosotros. Pensé que al darle todo y facilitarle la vida, mi hijo sería feliz. Desde que era pequeño, he hecho todo por él porque nunca quise que sufriera ni tuviera problemas en su vida. Sin embargo, el resultado es un hijo que siempre está cansado, aburrido, infeliz, enfermo y que se queja constantemente porque el mundo no está preparado para sus genialidades. Es un flojo y nunca se esfuerza. Muchas veces pensé que el problema estaba en los colegios o en nuestra sociedad. Pero acabo de entender que es el resultado de mi sobreprotección. Me equivoqué al pensar que sobreproteger era sinónimo de amar.

Cuando yo era pequeña, tenía que caminar una hora bajo la lluvia y el barro para llegar a la escuela. Iba feliz porque me encantaba aprender. En la escuela, estudiaba y hacía todo lo que el maestro me pedía. Después, caminaba otra hora de regreso a casa. Ayudaba a mi padre en el campo y a mi madre en la cocina. Aprendí el valor del trabajo y a cocinar. Hacía mis tareas sola e incluso tenía tiempo para jugar con mis vecinos o inventar juegos. No me cansaba, no me aburría ni me enfermaba. Sentía que tenía de todo. Era feliz.

La vida de mi hijo es muy diferente. Por la mañana, antes de despertarlo, coloco una estufa en su habitación porque hace mucho frío. Luego, lo despierto suavemente para que se levante de buen humor, pero apenas abre un ojo, comienza a quejarse. No le gusta el colegio, cree que la profesora no lo quiere, no tiene amigos y quiere quedarse conmigo. Muchas veces me da pena y lo dejo en casa, pero tiene que estudiar. Para calmarlo, enciendo el televisor, lo visto y le doy su leche. Mientras tanto, preparo su mochila, firmo las comunicaciones y reviso todo, porque mi hijo es muy responsable. Lo peino y le lavo los dientes. Cuando llega el furgón escolar, mi hijo está pegado al televisor. Le digo que su única responsabilidad es estudiar, pero no me escucha.

Tomo fuerzas y apago el televisor. Comienza una pataleta, le digo que respire y me mire a los ojos, luego negociamos: "Si te portas bien, mamá tendrá una sorpresa cuando vuelva a casa.” Aunque son lágrimas falsas, las seca rápidamente y pregunta qué le voy a traer. Le digo que es una sorpresa.

Mi hijo camina como un robot con toda la ropa que tiene puesta. Mientras se sube al furgón, le pido al chofer que suba la calefacción porque mi hijo se resfría con facilidad. Viaja sudando, llega al colegio y no hace nada. Cuando regresa a casa, no ayuda ni hace sus tareas solo. Gracias a la tecnología, todas las mamás estamos en un grupo de WhatsApp para ayudar a nuestros hijos con sus tareas.

Hablo mucho con mi hijo y siempre pensé que los niños de hoy eran diferentes y que el colegio debía motivarlos para que estudien. Iba regularmente al colegio a quejarme porque los compañeros lo molestaban y no querían jugar con él. No entendía lo que había pasado. Le había dado todo a mi hijo y no sabía hacer nada. Se levanta tarde, le cuesta acostarse, va al colegio con calefacción y no pasa frío, pero no quiere ir, no le motiva estudiar y no estudia. Aunque le diga que es su única responsabilidad, todo le parece aburrido, a pesar de que le compro o invento juegos y le organizo actividades.

Vive en un estado constante de aburrimiento, cansancio e incomprensión, se enferma a menudo. Acabo de darme cuenta de que he formado un "mamón.”

Autora: Sylvia Langford.